Esta batalla de curioso nombre se celebró en 1794 y puso el fin de las
guerras indias en
la zona noroeste de los Estados Unidos. Tras una serie de derrotas del
“hombre blanco”
a manos de los indios en 1790 y 1791, el presidente George Washington ante
los fracasos
del gobernador de la zona, Arthur Saint Clair, recurrió al general Anthony
Wayne,
apodado “el loco” por su temeridad y falta de escrúpulos en batalla.
Con un ejército de un millar de efectivos se enfrentó a una confederación
india que
al parecer les doblaban en número formada por las tribus Shawnee, Mingo,
Lenape,
Wyandot, Miami, Ottawa, Chippewa y Potawatomi.
Los indios, que habían sido aliados de los británicos, no quisieron saber
nada de acuerdos
de paz y se parapetaron el 20 de agosto en una zona llena de árboles caídos
debido a la
acción de un tornado (de aquí proviene el nombre de la batalla) cerca de la
actual ciudad de Toledo en Ohio. Realmente la batalla fue rápida, pues en apenas 40 minutos
los dragones
de caballería de “el loco” superaron los arboles e hicieron huir a los
indios. Las bajas no
fueron muchas, una treintena en los norteamericanos y quizá el doble en las
filas nativas, a
lo que hay que añadir un número de heridos que triplicaban estas cifras.
Los ingleses, hasta entonces aliados, les negaron la ayuda y los indios se
vieron en notrable
desventaja lo que les llevó el 3 de agosto de 1795 a firmar el tratado de
Greenville, donde
los cedían a los norteamericanos grandes regiones de territorio, entre
ellos los territorios
de las actuales Chicago y Detroit.
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